
13 Jul RECEP TAYYIP ERDOGAN: EL HOMBRE INVENCIBLE DE TURQUÍA | Jana J. Jabbour
Por Jana J. Jabbour
Publicado en Política Exterior- Afkar Ideas
Número 69 – 17 de julio de 2023
Recep Tayyip Erdogan ha cumplido con creces su sueño de seguir liderando Turquía en 2023, fecha simbólica que señala el centenario de la fundación de la República Turca. Al igual que en 1923 Mustafa Kemal Atatürk pasó a la historia como el fundador del Estado turco, Erdogan está orgulloso de haber pasado también a la historia, 100 años después, como el fundador de una nueva Turquía, que ha amoldado a sus principios, sus valores y su visión durante las dos décadas que ha estado en el poder.
El 28 de mayo, Erdogan dio la sorpresa al ganar las elecciones presidenciales frente al candidato de la oposición, Kemal Kılıçdaroglu, a pesar de las dificultades económicas y los desafíos humanitarios originados por el terremoto del 6 de febrero de 2023. Aunque la mayoría de los sondeos de opinión le auguraban un mal desenlace, el presidente turco obtuvo un resultado respetable, consiguiendo el 49,5% de los votos emitidos en la primera vuelta y el 52,16% en la segunda vuelta, con una participación histórica de casi el 90%. […]
Este resultado es aún más sorprendente teniendo en cuenta la duración de la hegemonía ejercida por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP): su líder, Erdogan, a pesar de estar al mando desde 2003 (como primer ministro y después como presidente de la República desde 2014), apenas parece sufrir el desgaste del poder.
¿Cuáles son los factores que explican la resiliencia del AKP y de su líder a pesar de la fuerte movilización de la oposición para intentar derrotarlos, la inflación masiva, una crisis financiera persistente y la catástrofe desatada por el terremoto? ¿Qué lecciones se pueden extraer de estos comicios?
El nacionalismo, el gran vencedor de las elecciones
Lo primero que hay que señalar es el auge del nacionalismo turco: a la hora de votar, en el electorado pesaron menos las consideraciones económicas (caída del poder adquisitivo o elevada tasa de paro) que las preocupaciones nacionalistas y de seguridad. […]
En un contexto regional e internacional tenso, los turcos han votado al candidato que perciben como capaz de garantizar su seguridad. De hecho, los dos conflictos en la puerta de casa (las guerras de Siria y Ucrania) han tenido un importante impacto psicológico en la ciudadanía turca. Al crear un clima de ansiedad, han avivado los temores relativos a la seguridad y han vuelto a despertar los demonios del pasado: desde la disolución del Imperio otomano a manos de las potencias europeas tras el Tratado de Sèvres en 1920, la memoria colectiva de los turcos ha estado atormentada por el “síndrome de Sèvres”, la sensación de estar rodeados y cercados por enemigos que conspiran para destrozar su patria. Esta obsesión por la seguridad explica su voto a favor de Erdogan en el contexto muy específico de la guerra en Siria y en Ucrania. De hecho, para una gran mayoría de turcos, el rais representa la figura del hombre fuerte, el único capaz de garantizar la seguridad de su país frente a los numerosos peligros que lo acechan. Con su retórica belicosa y su postura combativa, Erdogan ha logrado encarnar la imagen del kabadayi, el líder “musculoso” con la valentía necesaria para defender el interés nacional y proteger la patria. […]
Más allá de la obsesión con la seguridad, el resultado electoral revela la omnipresencia del nacionalismo étnico. La campaña estuvo marcada por la identidad y las divisiones raciales. Así pues, Erdogan, tras establecer una coalición electoral con el Partido de Acción Nacionalista (MHP), de extrema derecha, centró su campaña en el frente kurdo. Multiplicó el número de detenciones y procesos judiciales contra simpatizantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerados “cómplices” de los “terroristas”, y hasta llegó a proponer despojarles de su nacionalidad turca. Este endurecimiento de su postura parece haber dado sus frutos en las urnas, ya que la mayoría de los turcos sigue mostrándose muy recelosa hacia la comunidad kurda y desconfía de sus tendencias separatistas. […]
Por último, las elecciones han puesto de manifiesto la importancia de una tercera forma de nacionalismo: el religioso o islamonacionalismo. Se trata de un nacionalismo de combate, envuelto en un discurso religioso, que define a toda la nación como turca y suní desde el punto de vista étnico, y defiende su pertenencia a la civilización y a la religión de la “umma” (la comunidad islámica) en un supuesto choque de civilizaciones entre el mundo oriental musulmán y el mundo occidental cristiano. […]
Erdogan ha sabido apelar al imaginario colectivo turco mediante estas tres formas de nacionalismo en un relato construido en torno a tres fechas simbólicas: 2023, 2053, 2071. El año 2023 señala el centenario de la República; constituye una fecha crucial en la retórica y el programa del AKP, ya que debería señalar el “renacimiento” de Turquía o el nacimiento de una nueva Turquía, en sintonía con la grandeza imperial de su pasado. En su discurso de la victoria en la noche del 28 de mayo, el presidente reelegido anunció el advenimiento del “siglo turco”, un nuevo centenario caracterizado por la consolidación de Turquía como gran potencia. En cuanto a 2053, representa el 600º aniversario de la toma de Constantinopla a manos de Mehmet el Conquistador; al multiplicar las referencias a esta fecha, incluso en su discurso de la victoria, Erdogan ensalzaba el nacionalismo otomano y la herencia islámica de Turquía. Por último, 2071 señala el milésimo aniversario de la batalla de Manzikert en 1071, cuando los turcos selyúcidas derrotaron a los bizantinos, lo que les permitió entrar en Anatolia, en el territorio que ocupa hoy la Turquía moderna. Combinando referencias al pasado otomano, al panturquismo y al nacionalismo republicano, Erdogan practica un nacionalismo “de múltiples registros”, lo que le permite “abarcar un radio muy amplio”, al tiempo que refuerza en los turcos el sentimiento de pertenencia y el orgullo patrio. En este contexto de reactivación de las masas a través del patriotismo, podemos entender el alegato que pronunció durante su discurso de la victoria: “De ahora en adelante, nadie podrá menospreciar a nuestro pueblo ni insultar a nuestra nación”.
La política internacional como telón de fondo
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Los 26 millones de turcos que votaron a Erdogan son conscientes de sus logros en política exterior. Al aplicar una diplomacia proactiva y plantar cara a un Occidente percibido como imperialista y hegemónico, Erdogan y el AKP han robustecido la talla geopolítica de Turquía, y han hecho posible que Ankara se consolide como un protagonista y una potencia a tener en cuenta en la escena internacional. Por ende, han respondido a la sed de reconocimiento y al deseo de independencia y soberanía de una gran parte de la ciudadanía turca que aspira a que su país ocupe un lugar más importante en el equilibrio de fuerzas mundial y adquiera un estatus internacional destacado, digno de su gloria pasada. Para los turcos que votaron a Erdogan, este personifica sus sueños de grandeza y su orgullo nacional renovado. […]
Asimismo, cabe señalar que el contexto internacional ha favorecido a Erdogan: estas elecciones tuvieron lugar con la guerra de Ucrania en segundo plano. Y esta guerra ha sido un regalo caído del cielo para Erdogan. Al imponerse como mediador entre Vladimir Putin y Volodymyr Zelensky y haber logrado que las partes en conflicto aceptaran un acuerdo sobre la exportación del grano ucraniano, el presidente turco ha consolidado su talla internacional, lo que ha repercutido en un aumento de su prestigio en su país. […]
El período poselectoral: retos y perspectivas
Erdogan ha salido de las elecciones reforzado; el empate en la votación y la celebración de una segunda vuelta contribuyeron a acrecentar su legitimidad. […]
Este resultado ha allanado el camino al erdoganismo: un sistema de gobierno caracterizado por el dominio indiscutible del líder, el culto a la personalidad y la confusión entre el Estado, la nación y el líder político a medida que la institucionalización da paso a una personalización del poder. Erdogan reduce la democracia a la regla de la mayoría y se ve a sí mismo como el único depositario de la voluntad nacional, cuyo control monopoliza. Como encarnación de la mayoría y, por tanto, de la “nación”, cree que debe imponer su visión de la sociedad y reprimir cualquier voz disidente. Este sistema de gobierno corre el riesgo de acentuar la aguda polarización del país y avivar las divisiones étnicas (entre turcos y kurdos), religiosas (entre suníes y alevíes) y culturales (entre modernistas y conservadores).
Al día siguiente de las elecciones, se perfilaba una Turquía profundamente dividida: Erdogan ganó por solo un 4% de los votos frente al candidato de la oposición; casi el mismo número de votantes se movilizaron a su favor como en su contra. Para garantizar la paz y la cohesión social, el presidente debe analizar el resultado de estas elecciones con prudencia y cordura, y debe embarcarse en una política conciliadora para unir en lugar de dividir aún más a una sociedad ya fracturada de por sí. Además, Erdogan tiene dos grandes retos: en el frente interno, la recuperación de una economía debilitada por la inflación, la devaluación de la libra, el desempleo y la fuga de inversiones, así como la reconstrucción de las regiones devastadas por el terremoto; en el frente exterior, salir del callejón sin salida sirio encontrando una vía para estabilizar el noreste de Siria y resolver la cuestión del retorno de los refugiados. Para hacer frente a estos retos es necesario volver al pragmatismo y aliviar las tensiones con los socios occidentales (OTAN y UE) y orientales (petromonarquías del Golfo) para crear las condiciones de una cooperación mutuamente beneficiosa basada en una lógica transaccional. Erdogan solo podrá construir su legado y pasar a la historia como un verdadero “padre” de la Turquía moderna si encuentra soluciones a los numerosos retos y problemas a los que el país se enfrenta./